jueves, 19 de noviembre de 2009

Escuela Secundaria de Balboa, una perspectiva distinta

Tomado de: http://mensual.prensa.com/

En el diario La Prensa del domingo pasado, 11 de enero, me llamó poderosamente la atención un artículo de opinión muy ácido, titulado "Recuerdos de Balboa High School", escrito por la distinguida periodista Betty Brannan Jaén, a quien conozco desde hace años. Me sorprende el nivel de resentimiento que revela. Se queja, por ejemplo, de una sospecha de no haber logrado ingreso a alguna universidad que le hubiera correspondido por el prejuicio de una profesora de secundaria. Si mal no recuerdo, Betty asistió a Tufts University, en Boston, una universidad reconocidísima en Estados Unidos, que ciertamente no es de segundo plano.

Escribo este artículo porque yo también hice mi secundaria en la Escuela de Balboa, de 1964 a 1968. Mi experiencia, sin embargo, fue bastante distinta. Creo necesario relatarla, aunque sea brevemente, para dar otra perspectiva de un sitio y una comunidad muy controvertidos en la psiquis nacional.

Ingresé, con otros panameños, al noveno grado (freshmen) en la Escuela Secundaria de Balboa en septiembre de 1964, transcurridos siete meses desde los incidentes de enero. Por cierto, para ese momento había dos astas de igual altura, en las cuales todas las mañanas se izaban los pabellones nacionales de Panamá y de Estados Unidos. Los izaban estudiantes candidatos a oficiales del Ejército de Estados Unidos (ROTC), con igual destreza y consideración con ambos pabellones y sin que nadie se inmutara por ello. Triste manifestación, por cierto, de lo estéril y estúpido de la actitud de varios de ellos y de sus padres, solamente siete meses antes, frente a las legítimas aspiraciones panameñas, y de la conducta pusilánime de las personas responsables del control gubernativo y social en dicha zona ante tan injustificada rebeldía.

Los panameños en Balboa High School éramos, es cierto, una especie de injerto en un cuerpo extraño. Había, sin lugar a dudas, prejuicio y discriminación en contra nuestra, por algunos sectores del estudiantado de esa escuela. Sin embargo, no es menos cierto que no recuerdo haber experimentado de parte de algún profesor, discriminación o prejuicio. Lo propio debo decir también del director de dicha escuela, el señor Clyde Willman, un modelo de diplomacia y ecuanimidad. Desarrollé además buena amistad con varios estudiantes estadounidenses de larga residencia en la Zona del Canal; en otras palabras, zoneítas. En cuanto al trato de los profesores y a la calidad de la educación ofrecida en esa escuela, y se trataba de una escuela pública, tengo el mejor de los recuerdos. Descubrí allí, por ejemplo, el maravilloso mundo de la literatura inglesa y estadounidense, casi enteramente desconocida para mí hasta entonces. De igual modo, las lecciones que recibí sobre los usos gramaticales correctos del inglés y sobre su ortografía me han acompañado y servido bien desde entonces.

Cuando asistí a esa escuela, mi inclinación nacionalista era bastante pronunciada. De ello tengo varias anécdotas. Recuerdo sobre todo una clase de historia de Estados Unidos en la quedé enfrascado en un debate con el profesor sobre el significado del Artículo III del Tratado Hay-Bunau Varilla. Esa cláusula le confería derechos plenos a Estados Unidos en la Zona del Canal, si ellos fueran soberanos y con exclusión de Panamá. ¿Constituía o no la Zona del Canal un territorio cedido en propiedad por Panamá a Estados Unidos? El profesor, desde luego, sostenía que sí y yo que no, y lo hacía diciéndole que si hubiera habido tal transferencia de propiedad, no había razón para referirse a Estados Unidos "como si ellos fueran soberanos". Este tipo de intercambio nunca me perjudicó. Por el contrario, de parte de los profesores y de mis compañeros de clase había hasta cierto grado de admiración al respecto. Cuando me tocó el turno de ingresar a la universidad, entré donde debía ir, con las recomendaciones de esos mismos profesores, a la Universidad de Georgetown, donde gocé de experiencias igualmente positivas.

Sin embargo, sí había discriminación y prejuicio de muchos de los zoneítas hacia nosotros. Venía, por lo general, de los estratos más ignorantes de esa comunidad. El prejuicio y el trato discriminatorio llevan consigo una buena dosis de debilidad del agresor. Dicen más sobre su propia inseguridad que otra cosa, y la Zona del Canal era un ente colonialista. Mis compañeros de escuela zoneítas, prejuiciados, fueron ciertamente maestros excelentes sobre algo que debía aborrecer y no hacerle a los demás. Desde entonces he procurado aprenderme la lección y practicarla.

Han transcurrido 35 años desde que salí de la Escuela Secundaria de Balboa, y en ese tiempo desapareció la Zona del Canal y Panamá ha recibido y administra hasta ahora, sabia y competentemente, el Canal de Panamá. Creo que ya es hora de abandonar la queja y la lamentación de un pasado que ambas naciones, actuando de común acuerdo, hemos logrado superar. Se trata de una de las historias de éxito más singulares de las relaciones internacionales, entre dos países que no pueden ser más desiguales, y que otros ya quisieran imitar. Aprovechémosla.

El autor es abogado

Tomado de: http://mensual.prensa.com/

Recuerdos de Balboa High School


Todo lo que sé de la Zona y los zoneítas lo aprendí en Balboa High School, y no es un recuerdo bonito


Tomado de: http://mensual.prensa.com/

Nota de la editora: Este artículo se publicó el 23 de mayo de 1999. Repetimos una versión reducida a petición de algunos lectores y en conmemoración del 9 de enero.

Betty Brannan Jaén
laprensadc@aol.com

WASHINGTON, D.C. -En la última graduación de Balboa High School [en 1999], mi nombre estuvo incluido en una lista de graduados que se leyó en voz alta. No sé con qué criterio escogieron los nombres en la lista -si por notables o notorios-, pero me molestó que la escuela usara mi nombre de esa manera, porque no tengo buenos recuerdos de Balboa High School.

Estudié allí de 1961 a 1965, cuando me gradué. Aunque mi papá trabajaba como ingeniero para el Ejército estadounidense -lo que le daba derecho a vivienda en la Zona- nosotros vivíamos en Bella Vista, hecho que yo siempre interpreté como un claro rechazo a la vida y mentalidad zoneíta. Todos los días íbamos y veníamos de la escuela en unas chivas destartaladas que transportaban a un pequeño grupo de estudiantes panameños. Los maestros Herbert y Mary Knapp, autores de Red, White, and Blue Paradise: The American Canal Zone in Panama escriben que el 50% de los estudiantes en Balboa High School era hijos de militares estadounidenses y el 34% era hijos de empleados en la Panama Canal Company. Del 16% restante, la gran mayoría estaba formada por hijos de diplomáticos y hombres de negocios estadounidenses en Panamá. Los estudiantes panameños eran poquísimos; los estudiantes como yo -de familia binacional, con ''derechos'' en la Zona, pero que preferían vivir en Panamá- eran aún menos.

Debo señalar que los estudiantes panameños estábamos fuera de la vida social de Balboa High School; nosotros no íbamos a las fiestas y casas de nuestros compañeros de clase zoneítas y ellos no venían a las nuestras. Al mismo tiempo, esos años en Balboa High School fueron una etapa en que yo luchaba por definir mi identidad política y cultural. Hija de padre estadounidense y madre panameña, criada en casa panameña pero educada en escuelas estadounidenses, me preguntaba constantemente qué era yo, ¿panameña o gringa? En las diferencias políticas entre Panamá y Estados Unidos, yo trataba de definir dónde debían estar mis lealtades; y en las diferencias culturales, trataba de decidir cuáles costumbres me parecían las más apropiadas. Ahora comprendo, de adulta, que este conflicto interno le ocurre a toda persona de herencia mixta.

En mi caso, sin embargo, la historia se encargó de presentarme con lo que los sicólogos gringos llamarían un defining moment: los disturbios de 1964, que se iniciaron precisamente en Balboa High School.

En enero de 1964, yo tenía 16 años acabaditos de cumplir. Frente a Balboa High School había una bandera estadounidense que se había izado todas las mañanas durante décadas, pero se dispuso que para no tener que ondear también la bandera panameña, sería preferible eliminar la bandera del todo. Pero cuando llegó el día de bajar la bandera estadounidense, por última vez, algunos estudiantes zoneítas dispusieron ''protegerla''. El director de la escuela no hizo nada. Estos estudiantes formaron un comité para quedarse toda la noche ''protegiendo'' la bandera, y el director de la escuela no hizo nada. A la mañana siguiente, los estudiantes protectores no entraron a clases, sino que se quedaron afuera todo el día. El director de la escuela no hizo nada.

No presencié la confrontación final con los estudiantes del Instituto, pero el desenlace lo sabemos todos. En lo personal, el incidente tuvo el beneficio de aclararme la identidad; me puse totalmente del lado de Panamá.

A los 10 días regresamos a la escuela y había tensión entre los pocos panameños y los muchos zoneítas. Yo estaba en una clase de inglés en la que la maestra solía poner un dicho en el tablero y darnos 45 minutos para escribir un ensayo espontáneo. Pues bien, un día la maestra puso en el tablero una cita de Ralph Waldo Emerson que decía algo así como ''la prueba de una nación está en la clase de hombre que produce''. Aquí me lanzo, pensé, y escribí que si la prueba de Estados Unidos era el zoneíta, el Imperio iba por mal camino. El zoneíta era una persona racista, conformista, xenofóbica, y de mentalidad cerrada, escribí, haciendo algunas generalizaciones excesivamente amplias. Ahora veo, como adulta, que aunque ciertamente había muchos zoneítas con ese perfil, era injusto de mi parte decir que todos eran así. Pero a nadie sorprenderá que al día siguiente la maestra me dijera que mi ensayo le había causado mucho disgusto. Aunque no me había dado una ''F'', ella había destruido el escrito ''para tu protección'', me dijo. Luego sospeché que esa maestra fue clave en negar que me graduara con los honores que mis notas merecían y quizás hasta saboteó mi oportunidad de ser aceptada en las mejores universidades a las que apliqué.

Ya no importa, porque la vida me ha brindado muchas oportunidades. Pero todo lo que sé de la Zona y los zoneítas lo aprendí en Balboa High School, y no es un recuerdo bonito. Ahora leo, con incredulidad, que cientos de viejos regresaron a Balboa para la última graduación y lloraron el cierre de su querida ''alma mater''. Ni muerta me hubieran encontrado en ese grupo, porque sobre el cierre de Balboa High School (y la eliminación de la Zona del Canal), lo que quiero decir es Good riddance! ("¡ya era hora de que se fuera!").

La autora es corresponsal de La Prensa

Tomado de: http://mensual.prensa.com/

martes, 17 de noviembre de 2009

Estudiar en el extranjero


Si la decisión es estudiar fuera del país, se deben tomar en cuenta aspectos personales y monetarios. En Panamá, hay oportunidades de salir a estudiar, pero requieren de cuidados para afrontar el cambio.

MARIANELLA MEJÍA S.
mmejia@prensa.com

Muchos jóvenes al llegar a los 18 años, y luego de festejar la culminación de los estudios escolares, piensan en dar el siguiente paso: sacar sus alas y volar, literalmente. Se trata de la aspiración de realizar los estudios universitarios en el extranjero.

Son muchos los detalles existentes que padres e hijos deben tomar en cuenta para concretar el proyecto académico y, entre lágrimas, partir de casa.

Conocer el destino y lo que se quiere hacer, saber cuáles son las ofertas universitarias y sus costos, buscar opciones de becas y estar preparado mentalmente para el cambio son algunos aspectos cotidianos previos a la partida.

Estos pasos son esenciales para procurar el bienestar del estudiante, pero hay otros que no se pueden dejar de lado, como lo difícil que es tener lejos a los seres queridos. Sin embargo, este es un proceso natural que se debe respetar, acota el psicólogo José Eloy Hurtado.

Lidia Orta es madre de dos hijos, y su hija mayor eligió ir a la universidad en España para estudiar su carrera.

“Luego de obtener una media beca, mi hija estaba lista para irse a la universidad, pero yo pensaba que no”, comenta Orta.

No importa si el proyecto académico es por medio de una beca, o calculando si la economía de la familia se ajusta a dicho gasto, o si el joven es independiente o muy apegado con la familia, de cualquier manera el cambio será notable y lo mejor es estar preparado para saber cómo manejar todas las posibles situaciones.

En Panamá, las oportunidades de salir a prepararse existen y también requieren de cuidados para afrontar el cambio.


Estudiar fuera, prueba de fuego


El proceso de irse a estudiar fuera del país no solo requiere de conocer las ofertas y manejar un presupuesto; la parte emocional es fundamental.

MARIANELLA MEJÍA S.
mmejia@prensa.com


INDEPENDENCIA. Irse de casa ayuda al joven a madurar y a generar un criterio. Photos to Go

Hoy día, muchos jóvenes que terminan el colegio saben claramente cuál va a ser su siguiente paso: seguir su preparación fuera del país.

María Elisa Paredes tuvo ese deseo y lo concretó cuando estudió en el complejo Goethe Institut en Freiburg, Alemania.

“Extrañé a mi familia y a mis amigos, incluso algunas cosas del país, sin embargo, creo que valió la pena; la educación en el extranjero es mejor que la de aquí”, comenta.

Pero tomar una decisión como esta no es tan fácil. Antes de hacerlo se debe tener en cuenta tres factores: el económico, el educativo y el psicológico.

SACRIFICIOS Y OPCIONES

Hay padres que no escatiman cuando de beneficio para sus hijos se trata, y en el renglón educación hay quienes realizan sacrificios para que los números se ajusten y que el proyecto: universidad en el exterior se haga una realidad.

Dentro de Panamá hay varias opciones de becas para manejar el aspecto económico y el requisito es que el joven tenga una carrera educativa impecable y un buen promedio, explica Itzel Hubbard, encargada del departamento de becas Internacionales del Instituto para la Formación y Aprovechamiento de Recursos Humanos (Ifarhu).

“Todos los jóvenes que tengan un índice por encima de 4.0 [de 5.0] podrán postularse para la obtención de una beca”, afirma Hubbard.

No importa si se vive en la provincia de Panamá o en otra provincia del país; la página web del instituto www.ifarhu.gob.pa tiene la información pertinente para los casos de becas.

“No se pide ningún aval económico, solo se le solicita a cada joven que envíe una carta de presentación y que tengan el bachillerato culminado”, aclara Hubbard.

En Panamá, hay opciones de becas completas o medias, dependiendo de las condiciones del solicitante.

En cuanto a la demanda de centros académicos, hay una inclinación por las universidades norteamericanas. La agregada cultural de la Embajada de los Estados Unidos en Panamá, Anne Coleman Honn, explica que la variedad de universidades es grande y que cualquier persona, “incluyendo a aquellos provenientes de sectores y hogares marginados”, tiene la oportunidad de beneficiarse con los programas de educación y los planes de becas.

OFERTAS EDUCATIVAS

Son muchas las opciones para estudiar fuera, no solo para títulos universitarios, sino también para postgrados, cursos de desempeño laboral o idiomas.

Según Hubbard, las carreras con mayor demanda dentro de las solicitudes del Ifarhu son las ingenierías, carreras dentro del sector marítimo y medicina.

Si la finalidad es estudiar un idioma antes de aventurarse a hacer una carrera, también están aquellos institutos como el EF (Education First) que ofrece el estudio de idiomas en el extranjero con paquetes que van desde una semana y que pueden incluir estadía y comidas en casas de familia alrededor del mundo.

Coleman Honn agrega que sin importar cuál sea el objetivo académico o profesional, estudiar en otro país, como Estados Unidos, ofrece una experiencia que incluye convivir con la idiosincrasia de esa cultura. “Cuando viven esta experiencia tienen la oportunidad de obtener una mejor comprensión de los Estados Unidos y formar contactos personales duraderos allá”.

¿PREPARADOS PARA LA PARTIDA?

Lidia Orta asegura que cuando su hija se iba a estudiar al extranjero consideraba que esta no tenía la madures suficiente para afrontar aquella experiencia.

El psicólogo José Eloy Hurtado explica que en estos casos se da un fenómeno complejo y con muchos aspectos de por medio.

Mientras el chico esté en casa, bajo la tutela paternal, va a tener algo de sobreprotección. Hurtado aconseja que el proceso sea paulatino y que se le den responsabilidades al joven para que afiancen su autonomía.

Asegura, que en la mayoría de los casos, la responsabilidad es de los padres a no “destetar” al niño.

“La rebeldía muchas veces es un reflejo de la necesidad de independencia que necesitan”, afirma. Si la situación no es muy grave, asegura Hurtado, estudiar fuera es una buena oportunidad para “salir del nido”.

Los padres pueden estar tranquilos, indica el psicólogo. “Si tiene salud mental, el chico se va a adaptar; solo hay que dejarlo”, acota.

Para ello es importante no castrar emocionalmente a los hijos y darles seguridad en ellos mismos, inculcarles que son capaces, dice.

A los adolescentes se les debe enseñar desde temprano a administrar su libertad y que aprenda a cuidarse. “Si no le dejas exponerse van a salir alborotados, y eso puede ser más perjudicial”, cita.